Si Johnny Rivera fuera Alcalde de Pereira
John Harold Giraldo Herrera-Docente UTP
Como la ciudad de Pereira aún no cuenta con candidatos visibles para la Alcaldía, la posibilidad de reelección para alcaldes y gobernadores no va a pasar en el Congreso – si pasa es seguro que Israel gana- propongo la figura de un tipo soltero, sin compromisos, carismático, mass mediático, eso sí muy intenso aunque tímido, sin liderazgo pero con acogida, además de popular representa muy bien la idiosincrasia –si es que tenemos- de los pereiranos: Jhonny Rivera. Sería el ideal, no necesitaría de muchos esfuerzos, ni siquiera requiere de maquinarias y cómo anda regalando casas y ofreciendo conciertos gratis por varias causas, su sentido de la misericordia se ve subsanado así su campaña estará asegurada.
Si Jhonny Rivera fuera el alcalde de Pereira, pasaríamos del segundo al primer puesto de mandatarios mejores de Colombia, la Alcaldía de Pereira sería de las más recordadas en toda su historia y los ciudadanos, aunque despechados viviríamos más felices, tomando en la cantina y luciendo nuestros más drásticos testimonios de tusas. Creo que se acabarían las violencias intrafamiliares derivadas por los celos y en su honor viviríamos dichosos en la poligamia, los tres, cuatro o los cinco…
De tajo, se acabaría el desempleo o por lo menos se bajaría porque podríamos exportar talentos a todo el orbe: no importa que no sepan cantar: la música popular se extendería a nivel internacional y como casi todos cumplimos los requisitos: ser pobres, contar con una historia de despecho, estar arruinados y vivir en la desgracia… ya para entonces abonaríamos pasos y la Unesco o cualquier organismo nos tendría en la mira para ser declarados patrimonio de la humanidad. Entonces serían legítimos, como en ningún rincón del mundo: matar y morir por amor. Al no destacarnos en ningún deporte, ni siquiera a nivel nacional porque poco o nada se apoya a los atletas, ese sería el nuestro: el amor como deporte regional, pero el amor en su lado amargo, como nos lo han hecho ver tantos cantautores de esta música: el desamor. Como diría la socióloga Florence Thomas, viviríamos en los estragos del amor.
Largas jornadas se extenderían para que en la plaza pública el sufrido, el despechado, se alistara para cometer su suicidio y como en épocas antiguas, según cuentan en el libro de "Las mil y una noches", el escarmiento de ver al suicidado exhibido generaría repudio y menos ciudadanos cometerían el hecho, aunque si eso sucede perderíamos trascendencia. Pero eso sí, seríamos buscados por los habitantes de la aldea global que deseen aliviar sus penas: a punta de trago, autoflagelación y martirio y hasta se propondría un método, se alistaría un hallazgo, así se podría ofrecer todo un tour, no como el actual, que somos buscados para los llamados sextour, sino, para uno: en el que se garantice una aventura y su antípoda y de encima el remedio: seríamos la fascinación del mundo. Además haríamos campo para los que asesinen por amor, y claro, para aquellos que estrangulan las penas… desde el punto de vista jurídico serán reformadas –las penas- porque no se podría castigar el desquite, hasta se podría colocar un nuevo artículo que diga que el otro o la otra me pertenece y a su vez le pertenezco. Tendríamos una nueva cédula: la del desamparo y el desarraigo y nuestro eslogan sería perfecto: acá todos somos despechados ya nadie es pereirano. Esta es la ciudad sin puertas, todos pueden sufrir de desamor. Bienvenidos a la querendona, despechadora y muy alardeada morena.
Se institucionalizarían los actos culturales de los colegios y universidades con ítem infaltable: el niño revelación de la canción popular, no importa si ese niño, joven, adolescente ni siquiera haya cursado el amor, sabría que de entrada clasificaría para perderlo. Así los esfuerzos serían mínimos y colocaríamos una cátedra obligatoria: ¿cómo ser cantante revelación?, no se requerirían profesores, ni mucho menos creatividad, tan sólo un tanto de desidia, más de melancolía, amargura, desazón y todos esos ingredientes que se suman en las canciones del denominado despecho.
Haríamos monumentos al traqueto y cambiaríamos los que ya están como desgastados y olvidados, ya que los existentes casi nadie los recuerda, así se podrían fundar romerías, de modo tal que se reactiva el comercio, se extienden los turistas y además de café (ya hay muy poco) tendríamos símbolos fuertes que nos consagren. Podríamos insinuar que ese narco hizo milagros, que el otro fue un tipo humanista, que ese otro fue el que tuvo más mujeres, que aquel fue el que más exportó coca y en fin, el ideario sería tan elocuente como atractivo y tendríamos que contar con más hoteles y sitios para albergar a los que vendrían.
Además le tocaría el Sesquicentenario de la ciudad, por tanto, las cabalgatas serían nuestra máxima honra, las fondas se podrían hasta ubicar en los centros comerciales, se harían procesiones para adorar a nuestro ídolo –el alcalde claro está-, y lo levantaríamos como insignia incluso para estar en el nuevo billete de $100.000. No tendríamos ni rendición de cuentas ni mucho menos consejos comunitarios, pondríamos al padre Chucho a cantar la misa –con coros de niños despechados-, porque sería necesario pecar y arrepentirnos, pues de nada valdría ser felices sin sentirnos mal aunque sea un poquito, y no se necesitarían porque todo mundo sabría que no se requeriría rendir cuentas ¿de qué? Si el edil no sabe cantar mucho menos sabrá declarar.
Fundaríamos una nueva tribu, seríamos acogidos y encogidos por la congoja. La bandera cambiaría, se le aumentaría un nuevo color, porque el rojo bien representaría la inmortalidad del despecho y el amarillo la riqueza de la pesadumbre y con el negro –el nuevo color- rendiríamos tributo al duelo, sea este por desamor o por el desconsuelo.
Tendríamos más cultura: le haríamos honores a la silicona –ya que la ruana es obsoleta-, haríamos infinidad de productos audiovisuales, desde truculentos melodramas hasta severos cortometrajes e inundaríamos el mercado de las pantallas con una etiqueta: el despecho. Pensándolo bien ya ni necesitaríamos escuelas, porque sería mejor abrir cantinas y contar con espacios para la música popular.
Pero Jhonny Rivera no puede ser alcalde, porque no existe, sólo es un invento, un espectro en el imaginario, una especie de fantasma, una conmoción. Ni siquiera podría figurar así en un tarjetón porque es otro el ciudadano, como quien escribe este texto.
Comentarios
Con referencia a la nota de humor- ficción, publicada en el diario del Otún, el viernes 3 de septiembre del año en curso titulada “Si Jhonny Rivera fuera Alcalde de Pereira”, y suscrita por John Harold Giraldo Herrera, aclarando al pie de la firma que es docente de la Universidad Tecnológica de Pereira, quiero hacer públicos los siguientes comentarios:
1- El contenido del escrito no compromete a la Universidad Tecnológica de Pereira.
2- Tengo la mejor impresión de Jhonny Rivera, como persona y como artista. No tengo la menor duda de su talento y espíritu de servicio.
3- Respeto las opiniones ajenas, incluso aquellas que explotan el humor, pero me aparto de aquellas expresiones que ofenden la dignidad de las personas o su reputación.
Luis Enrique Arango Jiménez
Rector Universidad Tecnológica de Pereira
Por lo menos eso si deberían reconocerlo y hasta tomarlo como propio y no parecer mas .... otra cosa.