Por: Montgomery Piedra Valencia
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¿Será que la familia valora, reconoce y agradece el quehacer doméstico que hace la ‘mujer de la casa? ¿La sociedad es justa y garantiza una seguridad social equitativa e integral para la mujer trabadora? ¿El trabajo de la mujer se discrimina? Y, ¿qué hacemos usted y yo al respecto?
En este orden de ideas se puede afirmar que a la mujer siempre se le han asignado y se le asignan labores que según dicen, son ‘propias de mujeres’: lavar ropa. Plancharla. Coserla. Hacer de comer. Asear la casa. Cuidar niños, o ¿quiénes en su casa tienen un empleado doméstico y no una empleada? O, ¿será que estos menesteres son tan sencillos, y somos tan considerados con nuestras mujeres, que se los dejamos a ellas? Ensayemos con los oficios de la mujer de la casa, que en definitiva o es su esposa o es su madre: recoja la ropa sucia y métala en la lavadora (los que tienen lavadora), y si no, lávela a mano. Extiéndala para que se seque. Barra y trapee. Prepare el desayuno. Organice los niños para el colegio. Aliste la ropa del papá de los niños. Sirva el desayuno, y vaya pensando que va a hacer de almuerzo. Lave los platos. Saque la ropa de la lavadora y vaya a la tienda porque se le acabó el aceite. Báñese. Vístase para que pague los servicios, y no se demore porque la sopa la dejó en la estufa. Eso por encimita, sin contar lo que tuvo que hacer en la noche para complacer al marido: sí, arreglar la cama y alistarle la piyama. ¡Hombres! ¿En dónde estáis?
Lo anterior no es una sugerencia. Les exigimos a las mujeres la comida a tiempo. La ropa debidamente lavada y planchada, además del cuidado de la casa. Con la globalización, el hombre pide aporte para pagar el arriendo o comprar el mercado, o para ambas cosas. También les delegamos a las mujeres el bienestar físico, social y académico de los hijos. Porque, ¿quiénes son las que van a las reuniones de colegio? ¡Las mujeres! ¿Quiénes acompañan a los hijos al cumpleaños de los amiguitos? ¡Las mujeres! ¿Quiénes llevan los niños al médico? ¡Las mujeres! Aunque no han de faltar a la hora de hablar sobre el tema, los ‘buenos hombres’ que afirman ayudar a su mujer con el quehacer doméstico y hasta ahora ellos no se quejan de dolores de espalda o de cabeza, y mucho menos de cólicos menstruales. A esos varones los felicitamos, y le damos gracias a Dios porque todavía no se ha popularizado el día del hombre. ¡Imaginemos la celebración que harían en tal festividad!
Hombres, no los estoy criticando. No me estoy criticando. Simplemente trato de plantear que a las mujeres, más que hacerles una fiesta con presentes costosos, o regalarles una rosa de mil pesos para homenajearlas en su día internacional, deberíamos, reflexionar y contribuir a que su presente y futuro sea en igualdad de condiciones emocionales, sociales, políticas y laborales, al de los hombres. Que se respeten a las mujeres, física y sicológicamente, comenzando por cambiar nuestro lenguaje discriminativo y violador de sus derechos como seres humanos que son. No más frases peyorativas que por el uso generacional y colectivo de ellas, se han tornado como verdades para la sociedad.
Mis respetos, y un reconocimiento sincero a las abuelas, madres, esposas e hijas de las indígenas, de las negras, de las blancas y de todas razas. A las mujeres vendedoras de tinto, de helados, de minutos. A todas las vendedoras ambulantes. A las mujeres que por no permitir que sus hijos se priven de las necesidades básicas, entregan su cuerpo sin restricciones, a esos hombres amables, cariñosos y bonachones que les pagan por brindarles el amor que manifiestan no encontrar en sus parejas. Gratitud a las mujeres que no se han dejado vencer por el medio y el miedo, y que ahora son profesionales, que hacen de sus carreras un proyecto de vida. Exaltación a las mujeres que siguen luchando para que haya equilibrio de pensamiento y acción en la colectividad, que les permita alcanzar la posición que les corresponde como seres humanos integrales de la sociedad.
Mujeres, les ofrezco disculpas porque solo hago referencia a algunas de sus tareas en la vida diaria. La mayoría mal remuneradas. No solo hablo de dinero, sino del agradecimiento escaso o nulo por sus labores desinteresadas en el hogar y en otras instituciones de servicio mundial. Se acabaría el papel para imprimir todas las manifestaciones de amor y entrega que hacen las mujeres por sus seres queridos. Tampoco alcanzaría la tinta para escribirlas. Por ahora solo me resta decirles: ¡Benditas sean por siempre, las mujeres!
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