Por: Jhon Edward Osorio Rodríguez Por invitación de ‘el pitu’, un viejo conocido de la cuadra, accedí aquel sábado a la petición de ir a conocer su nuevo negocio. Era un sitio bien oculto a pocas cuadras del centro de la ciudad, desde afuera parecía imposible saber que adentro había un bar, no había publicidad, portero, ni música que perturbara a los vecinos, parecía más bien una casa de familia. Llegué a eso de las 10 pm, saludé al anfitrión, éste me presentó a su esposa, una rubia bastante joven y hermosa; ambos estaban en ropa interior. Cuando subimos por las escaleras, “el pitu” abrió una puerta y accedimos al sitio, era algo totalmente diferente a lo que desde afuera se veía. Música electrónica algo suave, un juego de sofás bastantes cómodos, las paredes bien decoradas y cuatro parejas que en ropa interior conversaban mientras bebían algo de licor. Me contó que le estaba yendo muy bien en su negocio y que todo era gracias a “el ángel San Antonio”, a quien tenía