Por:
Jhon Edward Osorio Rodríguez
Por
invitación de ‘el pitu’, un viejo conocido de la cuadra, accedí aquel sábado a la
petición de ir a conocer su nuevo negocio.
Era un sitio bien oculto a pocas cuadras del centro de la ciudad, desde
afuera parecía imposible saber que adentro había un bar, no había publicidad,
portero, ni música que perturbara a los vecinos, parecía más bien una casa de
familia.
Llegué
a eso de las 10 pm, saludé al anfitrión, éste me presentó a su esposa, una
rubia bastante joven y hermosa; ambos estaban en ropa interior. Cuando subimos
por las escaleras, “el pitu” abrió una puerta y accedimos al sitio, era algo
totalmente diferente a lo que desde afuera se veía. Música electrónica algo
suave, un juego de sofás bastantes cómodos, las paredes bien decoradas y cuatro
parejas que en ropa interior conversaban mientras bebían algo de licor.
Me
contó que le estaba yendo muy bien en su negocio y que todo era gracias a “el
ángel San Antonio”, a quien tenía iluminado detrás de la barra con una veladora
en un improvisado mini altar que él mismo había construido.
Me
dijo que para evitar quejas e incomodidades de los clientes, me quedara en ropa
interior y me hiciera detrás de la barra simulando ser el Dj, desde ahí podía
ver como transcurría todo en las horas posteriores.
Un
rato después entraron 3 parejas, se sentaron y se quedaron en interiores a
excepción de una chica que se negaba a quitarse la ropa. “El pitu”
inmediatamente le recalcó que entonces debería abandonar el lugar ya que no se
permitía la estadía de personas con ropa. Minutos después la mujer algo apenada
accedió a despojarse de sus prendas y depositarlas en una bolsa que el mismo
anfitrión les regalaba a los clientes.
Habían
ya, siete parejas; aclaro que la condición para entrar a este lugar, es ir con
una pareja del sexo opuesto, además de pagar la tarifa de cien mil pesos por
pareja.
Todo
estaba tranquilo y algunos asistentes se miraban entre sí, de repente “el pitu”
anunció el primer show de la noche; una pareja de strippers sale a bailar
mientras la música electrónica empieza a sonar más fuerte y las luces de
colores rodean el sitio. Ambos bailan y se acarician, se deslizan por un tubo y
se van quitando las prendas al compás de la música.
La
mujer stripper, toma la decisión de calentar el ambiente y empieza a hacer una
ronda por todo el bar practicando sexo oral a los clientes, el hombre también
hace lo mismo y ubica su pene en la cara de las mujeres para que estas le
practiquen sexo oral. Como una relación de causa y efecto, un hombre se
abalanza por la parte de atrás de su pareja mientras esta le practica sexo oral
al stripper. Inmediatamente el ambiente cambia, hombres y mujeres empiezan a
tener sexo en el piso y en los sofás.
Puedo
notar una división en el grupo; en un lugar las cuatro parejas que estaban
cuando llegué, al otro lado están las tres parejas que llegaron de último.
Siento dificultad para identificar las parejas que había, ya que el intercambio
es constante, la chica que tenía pena de quitarse su ropa al principio, ahora tiene
sexo con uno de sus amigos que no es
precisamente su pareja.
La
esposa de “pitu”, que se le notaba muy tranquila en la parte de atrás, empieza
a practicarles sexo oral a los clientes, “pitu” se encuentra bailando con una
mujer mientras observa como su esposa les da la vuelta a todos los hombres.
Ambos se miran y sonríen.
A
eso de la 1 am, llega una pareja bastante joven y se sienta en un rincón del
recinto, se sienten tímidos y algo aterrados al ver tremenda escena. “hombres
con hombres, mujeres con mujeres, hombres con mujeres” como diría una exreina.
La esposa de “pitu” aborda a la pareja y le practica sexo oral al muchacho, la
chica cambia inmediatamente su cara de aterrada a enfadada, trata de disimularlo
sacando su celular y haciéndose la que mira algo importante en él mientras
observa de reojo a la esposa de “pitu” divirtiéndose con lo suyo. Unos minutos
después, la chica se para y abandona el recinto mientras los ecos de llamada de
su novio se pierden en la música y en el placer que la esposa de “pitu” le está
brindando.
Minutos
después el joven decide ir a buscar a su novia que ya no se encuentra en el
lugar, un grupo de asistentes ya ha terminado su faena sexual y se disponen a
observar al grupo del otro lado que ha vuelto a entrar en acción.
El
ambiente es muy pesado, con la música electrónica que golpea todos los rincones
del sitio, los gritos de algunas mujeres mientras bailan y tienen sexo, algunos
condones en el piso y los gestos lujuriosos de las personas. Por unos momentos
uno se imagina en otro espacio, en Europa tal vez, o en el infierno, donde el
diablo le sirve ardiente licor a la gente y
las luces rojas apuntan a sus ojos llenos de ambiciosas pasiones
carnales. Todo lo establecido, las reglas, los valores, la ropa, se quedan en
la puerta. Allí solo entra el instinto reprimido que se libera, ¡freudianos inconscientes!
Dejo de imaginar y caigo en cuenta, estoy en Pereira, a pocas cuadras del
centro, en un rincón oculto que pasa desapercibido ante el común, enseguida de
las oficinas y los edificios, al frente del supermercado y la carnicería, cerca
de la escuela, por donde pasa el Megabús.
La
fiesta se acaba y todos salen caminando como si nada hubiese pasado, con su
ropa bien puesta, el maquillaje bien aplicado y el sudor seco; poco a poco
olvidarán que estuvieron en otro mundo, al que se accede con solo cruzar una
puerta y pagar cien mil pesos.
“Pitu”
y su esposa quedan allí, la veladora que alumbraba a San Antonio se gastó; cerrarán
el negocio y se irán a descansar, una hija de tres años que es cuidada por una
niñera los espera, a medio día irán a piscina.
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