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CRITICA TUS SENTIDOS

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"El que tenga mente que vea"


Multitud de ideas aparecen con la llegada de las imágenes a la radio. -Pero, “si la supuesta radio está ilustrada con mágenes, entonces no es radio” (Gubern, 1992, p. 350). -Qué pena, pero los locutores de radio pueden hacer televisión. - Pues ahí sí tenemos ya una dificultad. -¿Por qué? -Porque no todos los locutores gozan de una ‘belleza televisiva’, y para aparecer en televisión se requiere de un físico ‘telegénico’, es decir, ser ‘bello’, por lo menos eso aparece en el análisis de Gubern. -De verdad que tienes razón. Los feos no clasifican. Aunque las bellezas raras sí.

Gran cantidad de conceptos llegan a través de la mente que le ordena al ojo extender su mirada para percibir y estereotipar la belleza, la moda, estilos de vida, el ideal de familia y hasta el color de la piel.

Los valores sociales y culturales, por tanto, junto con los políticos y económicos, se convierten en las dimensiones más importantes generadas por la televisión (Vilches, 1993, p. 18). El ojo mira la pantalla, las imágenes aparecen para cumplir una orden: invadir y manipular la mente de la audiencia que mira sin cesar el sagaz movimiento de luces y colores que visten y desvisten el objeto grabado para satisfacción económica y política de los menos, que terminan siendo los más, y para la información, desinformación y recreación de los más que terminan siendo los de menos.

En este juego de signos, la mirada de todos sin distinción alguna, se vuelca hacia la transmisión casi instantánea de esa sucesión de 25 imágenes por segundo (Vilches, 1993, p. 17), y se ve reflejada en el tubo de rayos catódicos con peso descomunal, en tanto escasez monetaria, y también en la pantalla llena de ultras: ultra liviana, ultra delgada, ultra sensible, ultra etcétera, que provee la tecnología para los que pretenden mirar en ocasiones por encima de los hombros de los menos altos.

A la mente llegan por intermedio del ojo, no solo conceptos maquinados y maquillados de belleza, sino que además se sensibiliza la imagen para que el cuerpo casi inerte alumbrado por pantallazos fluorescentes, se angustie con una noticia que de acuerdo a la conveniencia señala al que invade la intimidad del personaje público, pero que a su vez se ensaña buscando y divulgando lo que hay en las entrañas del ciudadano del común.
La TV como obra de arte.        Foto Clase 2.0
El cuerpo sigue inerte, y la idea iluminada por la tecnología de lo que antes era una caja que adornaba un salón de reuniones familiares, y ahora es un cuadro con valor artístico y de subasta -por el precio-, que le da estética decorativa a una pared. La ‘pintura móvil’ exhibe las bellas que bailan al ritmo de una canción pegajosa. Hay prendas de vestir diminutas, cuerpos sudorosos que se refrescan con líquido embotellado y que consumirlo en exceso produce estados alterados de conciencia. Eso no es problema, todos están advertidos en letra menuda o con una voz que avanza a 100 Km. por hora recomendando: “Prohíbese el expendio de bebidas embriagantes a menores de edad” Ley 124 de 1994”. También: “El exceso de alcohol es perjudicial para la salud' Ley 30 de 1986”. De esta manera se percibe el alto grado de sensibilidad hacia la salud de los que ven TV (televisión).
Los que ven TV (televisión), tienen el control. Tienen la potestad de seleccionar cualquiera de los 101 canales -o más-, que en su mayoría poseen tantas diferencia como los 101 Dálmatas de la película. ¡Ah!, criticar es tan fácil, y mejor aun cuando no se pertenece a la élite de la televisión por cable o de las antenas satelitales. Qué delicia es hacer parte de ese grupo que cuando sopla el viento se le desaparecen los canales de la televisión pública y tienen que recurrir para quitar la lluvia gris de la pantalla, a una subida al techo de la casa que a grito lastimero pero fuerte, ubica cual sensor satelital, el punto exacto de ubicación de la antena de aluminio aferrada a un tubo y una guadua (árbol utilizado en construcción en Colombia), que permanecerá inmóvil hasta el próximo ventarrón.

La TV por cable no se inunda.   Foto Clase 2.0
El discurso televisivo se caracteriza por la fragmentación y la continuidad. Ejemplos de fragmentación serían la división en bloques de los programas. Son interrumpidos para introducir publicidad, un flash informativo, el avance de otro programa (González Requena, 1988 en Mazziotti, 2005, p. 182). Muchos contenidos de la televisión fundan estereotipos, generan prejuicios y emociones frente al mundo exterior -contexto del televidente-. Por ejemplo la publicidad sexista ha estado presente desde los inicios de la TV. Se muestran mujeres ataviadas con un delantal impecable, sumisas, cariñosas, hacendosas, afectuosas, amorosas y todo lo que termine en ‘osa’, en donde prima el objetivo de unir a una familia en torno a la comida que ella prepara con los mejores ingredientes, los anunciados en mitad del programa que esa linda familia se estaba viendo. La mujer es la ‘dura’ para usar electrodomésticos bajo el argumento de hacer su vida más fácil. ¿Acaso los oficios domésticos son exclusivos de mujeres? Aunque podría preguntarse: ¿Cuántos de los que leen en este momento disfrutan de las atenciones de ‘un empleado doméstico?’, y no de ‘una empleada doméstica’? Claro que tampoco se le echa toda la culpa a la televisión, claro que no.
Los seres humanos no actúan de acuerdo a sus propias decisiones individuales, sino bajo influencias culturales e históricas y según los deseos y expectativas de la comunidad en la que viven. Por lo tanto se hace necesario proponer desde todos los rincones del pensamiento y sobre todo desde la academia, posibilidades para optar por una televisión con contenidos que permitan una mirada reflexiva, pero que a la vez no se enmarquen dentro de lo exclusivamente normativo, sino que se extienda a la recreación en el contexto cultural, social, educativo y del diario vivir del televidente.
Hay posibilidad de formar ese espíritu creativo y fantástico en el ser humano a través de la televisión, no solo para los que ven TV, sino para los que hacen TV, siempre y cuando se estudien sus contenidos en función del público, de la audiencia y no a costa de la capacidad de manipulación que ejerce este medio de comunicación.
En últimas, siempre quedarán preguntas que surgen después de ver TV: ¿Qué, o quién es el que decide qué es lo mejor para el televidente? ¿El académico, el Estado, el mismo televidente, el televisor? ¿De quién es esa delicada responsabilidad? ¿Tomo bebida refrescante porque tengo sed, o porque me la ofrece una ‘belleza’? ¿Uso preservativos porque recuerdo la marca, o porque es saludable? ¿Compro carro -auto- porque lo necesito,o porque es imperativo hacer parte del círculo social que ya posee uno? ¿Adquiero todas las tarjetas de crédito que me ofrecen porque creo en la preocupación económica que de mí, tienen los bancos? ¿Si la TV no existiera, habría una forma más tonta de divertirnos? ¿Mi maestra ve TV? ¿Por qué los programas en los que se publica la opinión del televidente, se transmiten a la medianoche cuando ya casi todos están dormidos?

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